Una de las cosas que menos se recuerda – y aprecia – de la obra del intrépido Sam Raimi, es el maravilloso OST de Joseph LoDuca. Sí, nadie olvida que la escena del árbol, que aquel efecto especial, que este movimiento de cámara, pero los cautivantes arreglos de cuerdas y piano del compositor, son esenciales para dar vida a la lúgubre y decadente atmósfera que se desarrolla a lo largo de la película. Vale la pena oírse por separado.
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